dissabte, d’abril 22, 2006
Acerca de "Tener y ser". En record de Manuela.
Saludos compañeros:
Como ya conocéis la mayoría de vosotros, hace unos dos años me embarqué en el rodaje de un documental titulado 'Tener y ser'.
Esta experiencia reflejaba la vida cotidiana de José y Manuela, un matrimonio de ancianos que durante 43 años vivieron en la misma casa, su hogar, hasta que en pocos meses fueron desalojados, y derribaron su vivienda sin garantizarles una solución. Todo esto lo recuerdo porque precisamente ayer falleció Manuela, víctima de una enfermedad del corazón que se había visto notablemente agravada a raíz del desalojo: su estado de ánimo y su salud se fueron apagando ante la gravedad de su situación y ante la impotencia de ver que no podían, ni les dejaban encontrar una solución justa a su caso (ningún organismo público o privado quiso resolver con garantías su situación). Pero la gravedad de esta caso no termina aquí, dos años después de haber derribado su hogar, todavía no han tenido derecho a un juicio, a conocer si sus derechos valen algo, a reclamar su dignidad. El fallecimiento de Manuela, por ello, me resulta muy triste, y más injusto: creo que nadie tiene derecho a fallecer en estas circunstancias, a ser desalojado de esta forma de su vida (una vida, además, sólo llena de trabajo y mucha humildad), a fallecer con la tristeza y la indignación de saber que su voz, sus derechos y su propia vida no tienen el suficiente valor como para ser escuchados. No me refiero, ni siquiera, a conocer si se tiene derecho o no sobre un hogar en el que se ha vivido durante 43 años, es algo más sencillo, y mucho más elemental, es tener el derecho mínimo de poder expresarse, de tener la posibilidad de poder reclamar lo que se considera que es la propia dignidad y la propia vida. La corrupción del Poder provoca estas injusticas, que en este caso particular, es un imperdonable retraso. Pero sería un error considerar que precisamente esta corrupción es algo inevitable y natural, sería un error resignarse ante estas circunstancias, porque por muy difícil e hipotético que sea un cambio, por muy arraigadas que estén las injusticias, si perdemos nuestra capacidad de indignación y caemos en la resignación se puede perder, aunque sea utópica, una necesaria esperanza.
Hasta pronto...
Gaspar D. Pomares
Como ya conocéis la mayoría de vosotros, hace unos dos años me embarqué en el rodaje de un documental titulado 'Tener y ser'.
Esta experiencia reflejaba la vida cotidiana de José y Manuela, un matrimonio de ancianos que durante 43 años vivieron en la misma casa, su hogar, hasta que en pocos meses fueron desalojados, y derribaron su vivienda sin garantizarles una solución. Todo esto lo recuerdo porque precisamente ayer falleció Manuela, víctima de una enfermedad del corazón que se había visto notablemente agravada a raíz del desalojo: su estado de ánimo y su salud se fueron apagando ante la gravedad de su situación y ante la impotencia de ver que no podían, ni les dejaban encontrar una solución justa a su caso (ningún organismo público o privado quiso resolver con garantías su situación). Pero la gravedad de esta caso no termina aquí, dos años después de haber derribado su hogar, todavía no han tenido derecho a un juicio, a conocer si sus derechos valen algo, a reclamar su dignidad. El fallecimiento de Manuela, por ello, me resulta muy triste, y más injusto: creo que nadie tiene derecho a fallecer en estas circunstancias, a ser desalojado de esta forma de su vida (una vida, además, sólo llena de trabajo y mucha humildad), a fallecer con la tristeza y la indignación de saber que su voz, sus derechos y su propia vida no tienen el suficiente valor como para ser escuchados. No me refiero, ni siquiera, a conocer si se tiene derecho o no sobre un hogar en el que se ha vivido durante 43 años, es algo más sencillo, y mucho más elemental, es tener el derecho mínimo de poder expresarse, de tener la posibilidad de poder reclamar lo que se considera que es la propia dignidad y la propia vida. La corrupción del Poder provoca estas injusticas, que en este caso particular, es un imperdonable retraso. Pero sería un error considerar que precisamente esta corrupción es algo inevitable y natural, sería un error resignarse ante estas circunstancias, porque por muy difícil e hipotético que sea un cambio, por muy arraigadas que estén las injusticias, si perdemos nuestra capacidad de indignación y caemos en la resignación se puede perder, aunque sea utópica, una necesaria esperanza.
Hasta pronto...
Gaspar D. Pomares